



El estudiante de
Historia que no se limita a un conocimiento cronológico de guerras y dinastías
sino que se interesa por el desarrollo de nuestra civilización,
observa que su avance sigue paralelo al de la tecnología química y física,
que en realidad la condiciona, y si acepta normalmente el rápido progreso de la
ciencia química en los últimos doscientos años, queda no obstante sorprendido
al ver su escaso desarrollo en la historia precedente de la humanidad. ¿Cuál
es la causa de esta especial situación?.
La Química,
como toda ciencia experimental, y en mayor grado que cualquier otra, se presenta
bajo el doble aspecto de hechos y de doctrinas. Si los hechos observados no se
sistematizan e interpretan a partir de teorías, o si éstas no se confrontan
con los hechos, esto es, si hechos y teorías divergen en su discurrir
independiente, los hechos llegan a formar tan sólo artes y oficios empíricos,
y las doctrinas constituyen elucubraciones cerebrales con muy poca realidad y
sentido. Solamente el método científico en que hechos y teorías se
complementan y apoyan mutuamente, da a su materia de estudio el significado de
ciencia y la posibilidad de su rápido desenvolvimiento. La historia de la Química,
uno de los más bellos capítulos de la historia del espíritu humano, es en
realidad la historia del lento desarrollo del pensamiento científico y de los rápidos
resultados conseguidos después en la aplicación sistemática y progresiva del
método científico al estudio de la materia.
El estudio de la historia de la Química es muy provechoso puesto que nos
familiariza con las reflexiones especulativas de los grandes químicos del
pasado y nos permite valorar exactamente el progreso actual de esta ciencia y
contribuir a su desarrollo constante. En el largo curso del esfuerzo humano para
interpretar y, en cierto modo, dirigir los fenómenos de la Naturaleza, las
ideas han sido siempre más potentes que la simple habilidad técnica.
Para trazar un breve resumen de la historia de la Química es conveniente
considerar diversos períodos, si bien una delimitación definida es imposible.

No hay duda que
la Química debía nacer con la conquista del fuego por el hombre, y que sus orígenes
deberán encontrarse en las artes y oficios técnicos del hombre primitivo, de
los que tenemos idea por los materiales usados por él y encontrados en los
restos de las civilizaciones desaparecidas.
Los artículos normalmente encontrados son de metal, cerámica, vidrio,
pigmentos y telas teñidas, por lo que la extracción de los metales de sus
menas, la fabricación de vidrios y cerámica, las artes de la pintura y del teñido,
así como la preparación de perfumes y cosméticos, práctica de la momificación
y otros oficios análogos seguidos en las civilizaciones primitivas, constituyen
los conocimientos sobre los que está basada la «Química» de aquellos
tiempos.
El hombre
primitivo se interesaría en primer lugar por los metales por ser materiales
resistentes y duraderos a los que podía dárseles forma con mayor o menor
facilidad. Su utilización constituye las sucesivas edades del oro y
plata, del bronce y del hierro.
Los objetos más
antiguos conocidos son de oro, situándose en una época anterior a los 5000 años
a. J.C. Por hallarse este metal libre y por su bello color, su inalterabilidad y
su rareza ha sido siempre el metal precioso por excelencia.
Para los chinos tenía incluso propiedades sobrenaturales al creer que el
que comía en un plato de oro llegaba a una edad avanzada, y el que absorbía
oro se hacía inmortal y tenía el privilegio de desplazarse instantáneamente
de un lugar a otro.
Por encontrarse
a veces juntos el oro y la plata, y ser su separación difícil, se obtenía una
aleación, el electrón (por su
parecido al ámbar), que durante un gran tiempo se consideró un metal distinto.
En la Edad del
oro y de la plata se conoció también el cobre, y no puede negarse que el
primer hombre que obtuvo deliberadamente este metal a partir de alguno de sus
minerales sería un verdadero genio.
La Edad del
Bronce se sitúa sobre los 4000 años a. J.C. En el Egipto de las primeras
dinastías y en la Grecia de HOMERO,
el bronce ocupó el lugar del hierro en nuestra época. Los fenicios adquirieron una gran reputación en el trabajo
del bronce y, aunque pueblo poco belicoso, fabricaba las armas más ricas y
mejores.
La Edad del
Hierro sucede a la del Bronce y su principio puede fijarse sobre los 200 años
a. J.C. Las dificultades que ofrece su preparación y su trabajo hicieron del
hierro en los primeros tiempos un metal oneroso, utilizado muy parcamente.
En la Edad del Hierro se aprendió a fabricar acero, se conoció que su
resistencia aumenta con el temple y se llegó incluso a protegerlo de la corrosión.
La metalurgia
fue más que una técnica un arte sagrado encomendado a los sacerdotes. Los
metales obtenidos del interior de la Tierra, concebida como un dios, fueron
relacionados con el Sol y los planetas: el oro el Sol, la plata a la Luna, el
cobre a Venus, el hierro a Marte, el estaño a Júpiter, el plomo a Saturno y el
mercurio a Mercurio. Los antiguos
veían en el número siete una manifestación de carácter universal, y así
conocían siete planetas, siete metales, siete dioses, siete maravillas del
mundo, la hidra de siete cabezas, las siete bocas del Nilo, las siete estrellas
del carro de David, los siete días de la semana, identificados con los astros,
etc. Si aún hoy día consideramos sin base científica los siete
colores del arco iris lo debemos a esta concepción de los antiguos. Esta extraña
y singular clasificación de los metales se mantuvo durante siglos, y aunque
nuevos metales fueron conocidos se consideraban necesariamente como uno de
ellos. Incluso en el siglo XVI se
aceptaba que había muchas clases de oro como las había de peras o manzanas.
Los siete metales indicados, junto con el carbón y el azufre, incluían
todos los elementos conocidos al principio de la Era cristiana.
De
todas las civilizaciones antiguas, la más avanzada en las artes químicas y la
más relacionada con la química europea moderna fue la egipcia. Los egipcios
fueron maestros en la fabricación de vidrios y esmaltes; imitaban a la perfección
los metales nobles, así como el rubí, el zafiro y la esmeralda; utilizaron
ampliamente el cuero y usaron la lana, el algodón y el lino que sabían
blanquear y teñir con índigo, púrpura y rubia, no desconociendo el uso de
mordientes; prepararon perfumes, bálsamos, productos de belleza y venenos, cuya
química fue muy floreciente en la antigüedad; obtuvieron jabones y diferentes
sales de sodio, potasio, cobre, aluminio y otros metales; y utilizaron el betún
en embalsamamientos y en decoración. Pero todas estas prácticas eran
fundamentalmente empíricas y no constituían una ciencia ni siquiera en forma
rudimentaria.

El
hombre prehistórico, al buscar el origen y la naturaleza de todo lo que le
rodeaba creó los mitos en los que cada cosa, cada fuerza natural era un dios o
una figura humana; de aquí las teogonías y las cosmogonías de los pueblos
primitivos, en las que los fenómenos se imaginan producidos por la acción de
agentes sobrenaturales cuya intervención' explica todas las anomalías
aparentes del universo. Este estado
teológico de la Ciencia se mantuvo hasta el siglo VI a. J.C., en que apareció
en Grecia un poderoso movimiento intelectual y sus más grandes filósofos
especularon sobre el mundo y sobre la naturaleza de la materia, y plantearon
claramente muchos de los problemas fundamentales de la Ciencia. La idea de la
existencia de un principio permanente origen de todo fue ya un principio
tangible; para TALES,
de Mileto (aproximadamente 624-565 a. J.C.) fue el agua;
ANAXIMENES
(alrededor de 585-524 a. J.C.) sostuvo que era, el
aire, y para HERACLITO,
de Efeso (aproximadamente 540-475 a. J.C.) era el
fuego. Más, tarde, EMPÉDOCLES,
de Agrigento (alrededor de 500-430 a. J.C.) aceptó los elementos de sus
antecesores, a los que agregó
uno más, la tierra, substituyendo así el principio único de
la Escuela naturalista Jónica por los cuatro elementos: tierra, agua, aire y
fuego, que servían de alguna manera de soporte a las cualidades fundamentales
de caliente y frío, y seco y húmedo, y
dos fuerzas cósmicas, el amor y el odio,
que son las raíces de todas las cosas. Esta teoría de los cuatro elementos
fue aceptada por ARISTÓTELES
de Estagira (384-322 antes de J.C.), el más grande
pensador griego y un infatigable escritor, cuya autoridad hizo que perdurase
durante unos dos mil años.
En
realidad, los cuatro elementos no eran más que la generalización y
representación de una observación familiar, pues un cuerpo es sólido
(tierra), líquido (agua) o gaseoso (aire), o bien se encuentra en estado de
incandescencia (fuego). Pueden incluso imaginarse como vestigios lejanos de las
teogonías prehistóricas al suponer el hombre primitivo el dios
Viento, el dios Trueno, el dios Lluvia
y el dios Rayo, que poco a poco irían perdiendo su carácter
sobrenatural y que en la imaginación
fogosa de EMPÉDOCLES
pasaron a la categoría de simples elementos.
Por
la misma época, LEUCIPO y su discípulo DEMÓCRITO, de Abdera (460-370 a. J.C.),
en oposición a ZENÓN, de Elea, enseñaron la discontinuidad de la materia
formada de átomos, el
ser, y de vacío, el no
ser, resultante de los intersticios entre aquellos, y permitiendo su
movimiento. Los átomos son eternos, indivisibles (de donde deriva su nombre), y
de la misma naturaleza, pero difieren en forma, por el orden en que están
colocados en el cuerpo, por su posición relativa y por su magnitud.
A pesar de la tendencia positiva de las ideas de DEMÓCRITO, Sus
seguidores no desarrollaron su pensamiento que ofrece una estrecha relación con
las teorías científicas modernas. EPICURO, de Samos (342-270 a. J.C.), el más
ilustre de ellos, creó la palabra átomo y le asignó un peso esencial. El
atomismo de DEMÓCRITO,
expuesto en forma brillante en el inmortal poema De rerum
Natura del romano LUCRECIO, está construido totalmente por conceptos filosóficos,
y no es hasta 1677 en que BOYLE lo establece y DALTON en 1803 lo desarrolla como
resultado de observaciones científicas.
Puede
parecer
sorprendente que los grandes pensadores griegos no
buscasen una confirmación experimental de sus abstracciones, pero ellos
aceptaban que todo conocimiento
debía adquirirse únicamente mediante pura especulación y que el experimento
no sólo era innecesario sino que incluso disminuiría su dignidad. Este error
del empleo del razonamiento sin experimentación mantuvo estacionado el progreso
de la Ciencia durante muchos siglos.
A partir del año 300 a.
J.C. la ciencia griega se desplaza a Alejandría, en cuya Escuela florecieron
grandes matemáticos, astrónomos y biólogos, si bien fue decayendo hasta
apagarse hacia el año 400 de nuestra Era.
En el siglo II a. J.C. las ideas científicas llegaron a Roma, pero los
romanos, guerreros y constructores, pero poco abiertos a las cosas del espíritu,
y estoicos frente a la Naturaleza, no
prosiguieron la herencia científica de los griegos.

En
la Edad Media, y especialmente en el período del 400-1000, conocido por la Edad
Tenebrosa, la preocupación teológica llena los espíritus y únicamente hacia
el siglo VII empieza a adquirir la Ciencia entre los árabes una cierta
importancia. Los conocimientos químicos aprendidos de los egipcios y las
ideas filosóficas heredadas de los antiguos a través de la Escuela alejandrina
dieron a la alquimia en manos de los árabes, y después en toda Europa, una
significación especial.
Los
alquimistas consideraron los metales como cuerpos compuestos formados por dos
cualidades-principios comunes, el mercurio,
que representaba el carácter metálico y la volatilidad, y el azufre
que poseía la propiedad de combustibilidad. En el curso del tiempo se unió
un tercer principio, la sal, que tenía
la propiedad de la solidez y la solubilidad. Estos tres principios o elementos,
los llamados «tría prima» de los alquimistas substituyeron en la Edad Media a
los elementos aristotélicos, y aunque al principio tuvieron un carácter
abstracto, fueron considerados más tarde como materiales. Consecuencia
inmediata de su pensamiento fue para los alquimistas la posibilidad de la
transmutación de los metales innobles en nobles y, concretamente, la conversión
del plomo, mercurio u otros metales corrientes en oro.
Esta
transmutación, conocida como la «Gran Obra», debía realizarse en presencia
de la «piedra filosofal» cuya preparación fue la tarea primera de los
alquimistas. En el siglo XIII se
extendió el objetivo de la alquimia al buscar el «elixir filosofal o de larga
vida», imaginado como una infusión de la piedra filosofal, el cual debía
eliminar la enfermedad, devolver la juventud, prolongar la vida e incluso
asegurar la inmortalidad. Se comprende que los alquimistas viejos dedicasen sus
últimas fuerzas a la consecución de este sueño.
Hoy
conocemos que el problema de los alquimistas no era en esencia absurdo, aunque sí
por la enorme desproporción entre los medios de que disponían y los que serían
necesarios. La producción artificial del oro para la ciencia del Medioevo era
un simple problema de técnica como puede serlo la del diamante para nosotros o
la fabricación de albuminoides.
La
Alquimia fue, en general, una práctica secreta debido a los hombres que la
relacionaban con la magia y a causa de Dios, pues los alquimistas se creían los
elegidos para ser depositarios de la verdad y por ello no debían divulgar sus
conocimientos. Escribieron en un
lenguaje hermético describiendo más bien operaciones qué hechos y haciendo
uso de signos y símbolos. Un libro de alquimia, el Liber
Mutus, no contiene ningún texto sino quince grabados, en su mayoría
ininteligibles, para hacer conocer la preparación de la piedra filosofal.
Para
un iniciado, un dragón que se muerde la cola es la imagen de la unidad de la
materia, un pájaro que levanta el vuelo es la sublimación, y un pájaro que
desciende a tierra es la precipitación. Un
toro o un león simbolizan la tierra, un águila el aire, una ballena el agua y
un dragón o una salamandra el fuego. Cuando GEBER
escribe “envíame
los seis leprosos que yo los curaré”, hay que adivinar que los seis leprosos
son los seis metales no nobles y que su curación consiste en su transmutación
en oro. Obligados a escribir en un estilo alegórico, confuso y lleno de
Misterio, y ofuscados por un exceso de dogmatismo filosófico, no es de extrañar
que la Alquimia progresase muy lentamente.
Los
trabajos de los alquimistas, aunque infructuosos en el descubrimiento de la
piedra filosofal y del elixir de larga vida, y estériles, por tanto, en la
consecución de la «Gran Obra», produjeron indudables progresos a la química
del laboratorio, puesto que prepararon un gran número de nuevas substancias,
perfeccionaron muchos aparatos útiles y desarrollaron técnicas que constituyen
la base de la subsiguiente investigación.
La
alquimia árabe aparece con su más brillante cultivador GEBER
(Abou Moussah Diafar al Sofi Geber), que parece vivió
y murió en Sevilla hacia finales del siglo VIII y fue uno de los sabios más
grandes del mundo. GEBER
escribió numerosas obras y entre ellas la Summa
Perfectionis, el tratado de Química más antiguo que se conoce.
Posteriores a GEBER
son RHASÉS
0 RAZÉs (siglo X), AVICENA
(siglo XI), cuyo prestigio fue inmenso como
alquimista, filósofo, astrónomo, matemático y, sobre todo, médico, y AVERROES
(1126-1198), nacido en Córdoba, célebre por sus
comentarios sobre ARISTÓTELES
y que ejerció un gran influjo en el pensamiento
medieval. Se reconoce a los árabes
el preparar la sal amoníaco, el aceite de vitriolo (ácido sulfúrico), el agua
fuerte (ácido nítrico), el agua regia, ciertos sulfuros metálicos, varios
compuestos de mercurio y arsénico, y la preparación del espíritu de vino
(alcohol).,
Hasta
las Cruzadas el árabe fue la lengua exclusiva de la Ciencia, y Córdoba el foco
de la cultura. La reconquista de
Toledo en 1085 y la creación de su Escuela de Traductores lleva a esta ciudad a
los estudiosos del mundo latino para aprender árabe y tomar contacto con la
nueva ciencia. Los siglos X, XI y
XII, de total postración científica en el mundo occidental, fueron los más
florecientes para la ciencia española (arábiga-judaica-cristiana), la cual, al
difundirse a toda Europa, originó en el siglo XIII un poderoso resurgimiento
científico en el que la Alquimia adquiere una extensa significación.
Entre
los alquimistas de Occidente hay que destacar en primer lugar, cronológicamente
y por su sabiduría, a SAN
ALBERTO MAGNO (1193 o 1206-I280), dominico alemán,
llamado el Doctor Universal- y considerado como el ARISTÓTELES de
la Edad Media, y de los pocos que en esta época se dedicaron a observar por sí
mismos a la Naturaleza. Profesó en -París con un éxito tan extraordinario que
tenía que dar sus lecciones al aire libre, pues ninguna sala podía contener a
sus discípulos y admiradores. En I248
volvió a Colonia y fue obispo de Ratisbona de 1260
a I262.
Se
debe a SAN ALBERTO la preparación de la potasa cáustica mediante la cal,
procedimiento que aún se practica en los laboratorios. Describe con exactitud
la afinación del oro y de la plata mediante copelación con plomo, establece la
composición del cinabrio, señala el efecto del calor sobre el azufre y emplea
por vez primera la palabra afinidad en
el sentido usado hoy día al decir que «el azufre ennegrece la plata y abrasa
en general a los metales a causa de la afinidad natural que tiene por ellos».
Explica en sus obras la preparación de la cerusa y del minio, y la de los
acetatos de cobre y plomo; expone la acción del agua fuerte (ácido nítrico)
sobre los metales, y señala, el primero, la separación mediante ella del oro y
de la plata en las aleaciones preciosas. En sus escritos se manifiesta enemigo
de la ciencia secreta, y cuando se le ve sostener que el oro de los alquimistas
no es el oro puro y que el cuerpo obtenido exponiendo el cobre a los vapores de
arsénico no es la plata, SAN ALBERTO adquiere categoría de precursor. En su tratado De
Alchimia expone las condiciones que debe reunir un alquimista, y que en su
casi totalidad pueden aplicarse a los químicos actuales.
Contemporáneo
de SAN ALBERTO
es el inglés ROGER
BACON (I2I4-I294),
fraile franciscano que profesó en París y en
Oxford, y la más vasta inteligencia que ha tenido Inglaterra. En su obra Speculum
alchimiae alude a un aire que es alimento del fuego y otro que lo apaga,
habla de una llama producida al destilar las materias orgánicas y vulgariza el
empleo de la pólvora. Defendió la experimentación y combatió con tesón a ARISTÓTELES.
Fue también un gran físico cuyos trabajos en el
campo de la Óptica fueron muy notables.
Debe
también mencionarse a SANTO
TOMÁS DE AQUINO
(1225-I274), el Doctor Angélico, discípulo de SAN
ALBERTO
en Colonia, que escribió un tratado sobre la esencia de los minerales y otro
sobre la piedra filosofal; RAMÓN
LULL o
RAIMUNDO
LULIO
(I235-I3i~5), el Doctor Iluminado, fogoso alquimista y apóstol español, de
Mallorca, que escribió numerosas obras e hizo escuela entre los alquimistas al
fijar la atención sobre los productos volátiles de la descomposición de los
cuerpos; ARNALDO
DE VILANOVA
(1245-1314), médico alquimista catalán, cuyas obras publicadas dos siglos más
tarde ejercieron una gran influencia; Nicolás FLAMEL
(1330-1418), francés, que consiguió enormes riquezas y que hizo creer a sus
contemporáneos que había descubierto el secreto de la piedra filosofal; y el
monje benedictino alemán Basilio VALENTIN
(siglo XV), de cuya existencia real se duda en la actualidad, autor de varias
obras, siendo la más conocida El Carro
Triunfal del Antimonio.

Aunque
la transmutación de los metales fue creída hasta el siglo XIX, la Alquimia fue
perdiendo su carácter ideal para ser, en un gran número, de sus supuestos
cultivadores, charlatanería y engaño, llegándose a prohibir por Reyes y
Papas. A principios del siglo XVI los esfuerzos de muchos alquimistas se dirigen
a preparar drogas y remedios al señalar PARACELSO
(1493-1541)
que la misión de la Alquimia era la curación de la
enfermedad. Aparece una transición entre la Alquimia y la verdadera Química,
que se conoce como iatroquímica o química
médica. PARACELSO,
cuyo verdadero nombre es Felipe Aureolo Teofrasto
Bombast de Hohenheim, médico suizo, alquimista y profesor, de carácter
violento, jactancioso y charlatán, pues pretendió haber realizado un minúsculo
ser de carne y hueso, el homúnculus, desempeñó la primera cátedra de Química creada en
Basilea, en 1527, la que abandonó para viajar por toda Europa, ejerciendo una
gran influencia más que por sus propios descubrimientos por el ardor con que
defendía sus ideas.
Contemporáneo
de PARACELSO es Georg AGRICOLA (1496-1555), de su: verdadero nombre Landmann, médico
sajón, que en su obra De Re Metallica expone
en forma clara, desprovista de especulaciones filosóficas, todos los
conocimientos metalúrgicos de la época, y en la que se manifiestan
preocupaciones de químico y de ingeniero. La Metalurgia había adquirido en
esta época, en los distritos mineros de Bohemia, un gran desarrollo, lo que
condujo a una fabricación industrial de ácidos y a practicar el ensayo de
minerales, inicio del análisis químico.
Seguidores
de PARACELSO, pero
más claros y menos imbuidos de superstición, son LIBAVIUS
(1540-1616), médico alemán que prepara el cloruro
estánnico, estudia los fundentes en Metalurgia y obtiene muchos medicamentos; VAN HELMONT (1577-1644),
médico belga, profundamente religioso y un gran investigador -es notable su
investigación acerca del crecimiento de un pequeño sauce, que duró cinco años-
que combate los cuatro elementos de ARISTOTELES,
eliminando el fuego y la tierra, que inventa la
palabra gas y al que debemos los
estudios sobre el gas silvestre (gas
carbónico); y LEMERY (1645-1715) que escribe su voluminoso Cours
de Chymie en el que describe las
distintas operaciones de la Química.
Pero
en esta época, en el llamado siglo rebelde, se había creado en Europa un nuevo
clima intelectual. En el siglo XIV se había producido en Italia un movimiento
humanista que al volver al pensamiento de la antigüedad clásica hizo posible
la reconstrucción del espíritu griego. El Renacimiento, primero en el campo de
la literatura y después en el de las artes, pasó pronto al pensamiento científico,
y al unirse observación y teoría se inicia la ciencia experimental que
substituye a las especulaciones filosóficas de la Edad Media. Es LEONARDO DE
VINCI (I452-1519)
el que introduce en el dominio científico los principios del Renacimiento y
el ,que abre el camino a Francis BACON (1561-1628), Canciller de Inglaterra, el
teórico del método experimental, que en 1620 en su obra Novum
Organum erige la observación en sistema filosófico; a GALILEO (I564-1642),
famoso astrónomo y físico italiano cuya actividad intelectual fue inmensa al
conmover las doctrinas científicas de su tiempos y a DESCARTES (1596-1650), filósofo
francés que en su Discurso del Método publicado
en 1637 establece claramente las bases del método científico.
Las
nuevas ideas consiguieron grandes progresos en Matemáticas, en Física y en
Filosofía, y al pasar después a la Química modifican la vieja mentalidad de
sus cultivadores; desaparece el hermetismo de sus escritos, se comunican los
resultados de sus observaciones, para lo cual se crean en muchos países
Academias Científicas, y sólo se precisa disponer de una técnica de medición
para que la Química pueda desarrollar su carácter de verdadera ciencia.
El
irlandés Robert BOYLE
(1627-1691), es el primer químico que rompe abiertamente con la tradición
alquimista. En su famosa obra The
Sceptical Chymist («El químico escéptico»), aparecida en 1661,
establece el concepto moderno de elemento al decir que son «ciertos cuerpos
primitivos y simples que no están formados de otros cuerpos, ni unos de otros,
y que son los ingredientes de que se componen inmediatamente y en que se
resuelven en último término todos los cuerpos perfectamente mixtos», y supone
que su número ha de ser muy superior a los tres de los alquimistas o a, los
cuatro de los aristotélicos. BOYLE
es el primer hombre de Ciencia que adopta la teoría
atómica para explicar las transformaciones químicas, y sus investigaciones en
el campo de la Física y de la Química permiten considerarle como el precursor
de la química moderna al hacer de ella el estudio de la naturaleza y composición
de la materia en vez de ser, como hasta entonces, un simple medio de obtener oro
o de preparar medicamentos.
Entre
sus más notables descubrimientos hay que mencionar la ley que lleva su nombre
de la compresibilidad de los gases, el efecto de la presión sobre el punto de
ebullición de un líquido, la clara distinción entre mezclas y combinaciones,
el empleo de muchos reactivos como el nitrato de plata, el gas amoníaco -para
conocer el gas clorhídrico y el sulfhidrato amónico que con el nombre de licor
de Boyle debía adquirir una gran importancia en química analítica, la
utilización del jarabe de violeta como indicador para distinguir los ácidos y
bases, y la obtención de nuevos e importantes compuestos. Sus ensayos acerca de
la oxidación del cobre le llevan casi al descubrimiento de la composición del
aire, pero estos experimentos están muy anticipados con respecto a las ideas
existentes en su época. No obstante, BOYLE
mantiene
la idea de la transmutación de los metales y atribuye al fuego un carácter
material.

Los
químicos de la época de BOYLE
estaban poco preparados para aceptar sus ideas, pero
en cambio, atraídos por sus experimentos acerca de los gases, investigaron con
estas nuevas substancias y estudiaron de una manera general el problema de la
combustión.
Se
debe a Georg Emst STAHL
(1660-1734), químico y médico alemán, la
teoría del flogisto, que aunque falsa, tiene no obstante el mérito de ser
la primera teoría capaz de coordinar el conjunto de los fenómenos esenciales
de la combustión y de la reducción. STAHL
basa su teoría en las ideas del alquimista alemán
J. J. BECHER
(1635-1682), el cual, al admitir el
elemento terroso, el elemento combustible y el elemento metálico no hace más
que desarrollar la vieja noción de los tres elementos cuyo origen debe buscarse
en las «exhalaciones» de ARISTÓTELES;
un claro ejemplo de la pervivencia de las ideas.
La
teoría del flogisto, conocida también como «sublime teoría», supone que
toda sustancia combustible, tal como un metal, contiene un «principio
inflamable», denominado posteriormente, flogisto;
en la combustión se desprende el flogisto con acompañamiento de luz y
calor y queda un residuo, la “ceniza” o “cal”
del cuerpo combustible. Cuanto más inflamable es un cuerpo tanto más rico
es en flogisto. El proceso de combustión puede expresarse en la forma
simplificada siguiente:
Metal
(en la combustión) à
Cal + Flogisto
El
principal interés de la teoría está en que explica el fenómeno inverso de la
combustión, la reducción, pues si se calienta la cal (las cenizas metálicas)
con una sustancia rica en flogisto, tal como el carbón, ésta cede su flogisto
a la cal y el metal se revivifica. Esto
es, abreviadamente,
Cal
+ Carbón
à
Metal
Así,
por ejemplo, el plomo calentado en el aire se transforma en un compuesto
amarillo, el litargirio; el plomo es litargirio más flogisto.
El carbón, arde y casi no deja cenizas; es flogisto casi puro. Si se calienta litargirio con carbón recupera la cantidad
precisada de flogisto y se convierte de nuevo en plomo metálico.
Varios
metales tratados por diversos ácidos desprenden el mismo gas, el
aire inflamable (nuestro hidrógeno),
que era así considerado como el flogisto común a todos los metales. El negro
de humo era imaginado como flogisto puro.
Varias
dificultades se presentaron a la teoría del flogisto.
Se sabía, que al calcinar un metal y formarse su cal aumentaba el peso,
esto es, la pérdida del flogisto era acompañada por un aumentó de peso, y
también que el aire era necesario para la combustión.
El primer hecho pudo explicarse mediante la hipótesis fantástica
adicional de que el flogisto tenía un peso negativo, y el segundo al suponer
que un medio era necesario para absorber el flogisto análogamente a como una
esponja absorbe el agua, si bien no se comprendía la razón de que el aire
residual ocupase un volumen menor que el aire primitivo.
La
teoría del flogisto, ejemplo claro del carácter provisional de las teorías
científicas, pudo servir de guía a los grandes investigadores del siglo XVIII
cuya labor experimental constituye la base de la Química como ciencia.
Citaremos unos pocos nombres.
René
Antoine RÉAUMUR (1683-1757), naturalista, químico y físico francés, cuyas investigaciones
sobre la fundición del hierro permiten considerarlo como el fundador de la
siderurgia científica y uno de los instauradores de la industria moderna.
Andreas
Sigismund MARGGRAFF
(1709-1782),
químico alemán, descubrió un nuevo procedimiento
para obtener el fósforo y el ácido fosfórico, obtuvo el cinc a partir de sus
minerales y distinguió por la coloración a la llama las sales sádicas de las
potásicas. Sus estudios acerca de
la extracción del, azúcar a partir de la remolacha hicieron posible su
fabricación industrial desde 1796.
M.W.
LOMONOSSOFF
(1711-1765), químico ruso, realiza experimentos
sobre la calcinación de los metales en vasos cerrados, con empleo sistemático
de la balanza; establece la constancia de la materia en los procesos naturales,
atribuye la combustión a una combinación del cuerpo con el aire
y explica las propiedades de los cuerpos a partir de la existencia de átomos y
moléculas (1743).
Joseph
BLACK, (1728-1799), profesor
de química e investigador inglés, descubre el gas carbónico al que llamó «aire
fijo» por ser fijado por la cal y el primer “aire artificial” identificado
por los químicos. Sus estudios cuantitativos acerca de los carbonatos son
modelo de lógica y unidad y sirvieron para dar al mundo científico una idea
clara de la naturaleza de la combinación química.
T.Olaf
BERGMANN (1734-1784),
químico, matemático y mineralogista sueco, edifica las bases del análisis químico,
reconoce el carácter ácido de una disolución de gas carbónico y tiene del
aire una concepción exacta al considerarlo una mezcla de tres fluidos, el ácido
aéreo (gas carbónico), el aire
viciado (nitrógeno) y el aire puro
(oxígeno).
Karl
Wilhelm SCHEELE
(1742-1786), químico sueco, es el investigador más extraordinario
de todos los tiempos. Sus
experimentos con el dióxido de manganeso le llevan. al descubrimiento del oxígeno
(algo antes que PRIESTLEY,
si bien lo publicó posteriormente) y del cloro -al que llamó «espíritu
de sal desflogisticado»-; estudió el primero diversos ácidos como el fluorhídrico,
tartárico, oxálico, cianhídrico y molíbdico, aisló el gas sulfhídrico y la
arsenamina, e investigó la naturaleza de numerosos compuestos.
El nombre de SCHEELE ha quedado unido al arsenito de cobre, que se conoce
como verde de Scheele, y en el mineral
scheelita (wolframato cálcico).
En su Tratado elemental del Aire y
del Fuego indica que el aire es una mezcla de dos gases distintos, el «aire
ígneo» y «el aire viciado».
Joseph
PRIESTLEY (1733-1804),teólogo unitario inglés, no fue químico de profesión,
pero, hábil experimentador, desarrolló y perfeccionó la técnica de preparación,
recogida y manipulación de los gases. Demostró que las plantas verdes convertían
el aire respirado en aire respirable, preparó y estudió numerosos gases
(cloruro de hidrógeno, amoníaco, dióxido de azufre, óxidos nítrico y
nitroso, peróxido de nitrógeno, fosfamina, etileno, etc'), investigó el nitrógeno,
y en 1
de: agosto de 1774 al concentrar mediante una potente lente los rayos
solares sobre el óxido mercúrico obtuvo el oxígeno, su mayor descubrimiento.
Su tenaz adhesión a la teoría del flogisto le impidió progresar en la
interpretación de sus valiosas investigaciones, y así designó el oxígeno
como «aire desflogisticado».
Henry
CAVENDISH (1731-1810), aristócrata inglés, dueño de una gran fortuna, dedicó
toda su vida a la Química. Se ha dicho de él que fue «el más rico de todos
los sabios y el más sabio de todos los ricos».
Fué el primero que utilizó la cuba de mercurio, y al hacer actuar el ácido
sulfúrico. y el ácido clorhídrico sobre el hierro, el cinc y el estaño
descubrió, en 1766, el hidrógeno, gas ya entrevisto por PARACELSO, al que llamó
«aire inflamable».
Al medir la densidad comprobó en cada caso que se trataba del mismo gas, y al
quemarlo en el aire ordinario y en el oxígeno encontró, con sorpresa, que se
formaba agua y que las proporciones en que dichos gases se combinaban eran de
dos volúmenes de aire inflamable por un volumen de aire desflogisticado. La síntesis
del agua realizada en 1781 constituye una fecha señalada en la historia de la
Química.
En su análisis del aire halló un 20,8% de oxígeno, valor muy próximo
al verdadero, y sospechó la existencia del argón. Investigó también en el
campo de la Física y fue el primero en determinar la densidad de la Tierra,
encontrando el valor de 5,48, notablemente exacto. CAVENDISH,
químico
flogista, no supo comprender la importancia de sus investigaciones acerca de la
síntesis del agua.

Aunque
la obra de experimentadores tan notables como SCHEELE, PRIESTLEY
y
CAVENDISH condujo
a numerosísimos descubrimientos, su interpretación mediante la teoría del
flogisto impedía todo progreso en el conocimiento de los fenómenos químicos.
Es Antoine Laurent LAVOlSlER
(1743-1794) el que destruye la teoría del flogisto
al establecer la naturaleza verdadera de la combustión, y que en su obra Tratado
elemental de Química, aparecido en 1789, crea las bases de la química
moderna que, en consecuencia, ha podido ser considerada como una ciencia
francesa.
A los 30 años
escasos, LAVOISIER,
empleando la
balanza que fue siempre su más exacto colaborador, muestra de un modo
indiscutible que toda combustión en el aire resulta de una Calcina
estaño en un vaso cerrado y comprueba que el peso total del vaso no ha cambiado
con la calcinación, que el metal transformado en su «cal» (el óxido) ha
aumentado de peso, que el peso del aire contenido en el vaso ha disminuido y que
el aumento de peso del metal es igual a la disminución de peso del aire.
El flogisto ha recibido el golpe de gracia.
Repite el experimento con otros metales, y en I777 con mercurio, que le
lleva al análisis del aire, estableciendo su composición que fija en 27
% de aire
respirable, que llamó después oxígeno,
Y 73 % de aire no respirable que llamó más tarde «azote» (el nitrógeno).
La composición verdadera es 21% de oxígeno Y 79 % de nitrógeno.
LAVOISIER
establece la noción precisa de cuerpo puro al demostrar que la destilación
repetido del agua no cambia sus propiedades, adopta el concepto de elemento de
BOYLE, pero lo basa en el resultado experimental, halla la composición del
agua, no sólo por síntesis sino por análisis, y da al aire inflamable de
CAVENDISH el nombre de hidrógeno (engendrador
de agua) y piensa que todos los ácidos contienen oxígeno (que significa
engendrador de ácidos), pues si bien se conoce el ácido muriático (el ácido
clorhídrico) se le cree un ácido oxigenado.
En
todas sus investigaciones utiliza sistemáticamente el principio de la
conservación de la materia, «nada se pierde, nada se crea», del que en
realidad no fue autor ya que era aceptado implícitamente por otros químicos y
que debe atribuirse al médico y químico francés Jean REY (1583-1645), que
estudió también la calcinación de los metales y, al atribuirla al aire, fue
un precursor de LAVOISIER.
La
revolución química producida por las ideas de LAVOISIER condujo a una nueva
nomenclatura, que hoy nos parece tan natural, en la que los nombres de los
cuerpos dan idea de su constitución. Esta labor fue debida, junto a LAVOISIER,
a Guyton DE MORVEAU, BERTHOLLET y FOURCROY, que publicaron en 1787 su obra Método
de nomenclatura química, en la que se introducen nombres que aún se
utilizan.
Los
nombres antiguos desaparecen. El aceite de
vitriolo pasa a ser el ácido sulfúrico; el espíritu de Venus, el
ácido acético; el azafrán de Marte, el óxido férrico; la lana filosófica, el
óxido de cinc; el vitriolo
de Chipre, el sulfato cúprico; etc.,
y si el poeta desconoce el
nuevo lenguaje, el químico
encuentra en él el suyo propio.
La
obra de LAVOISIER,
extensísima en el campo químico, invadió otras ciencias y, por sus estudios
acerca de la respiración, puede también considerarse como el fundador de la
Fisiología. LAVOISIER
es el primero que realiza con verdadero método científico sus investigaciones
en las que su gran capacidad como experimentador es superada por la claridad de
su pensamiento y por el rigor de las deducciones que saca de los hechos
investigados.

El
progreso de la Química en los últimos 160
años constituye en realidad el contenido de un tratado moderno de Química.
No obstante, mencionaremos aquí sus extremos más importantes.
Pocos
años después de la muerte de LAVOISIER
la teoría del flogisto no era más que un recuerdo.
Los químicos, guiados por las nuevas ideas adquiridas, las aplican al análisis
cuantitativo y descubren muy pronto las leyes ponderales de las
combinaciones químicas.
La teoría atómica de DALTON
(1808) explica estas leyes y da origen a la notación
química desarrollada por BERZELIUS
(1835), tan útil y fecunda en el progreso
subsiguiente. El Principio de AVOGADRO (1811) permite
establecer y diferenciar los conceptos de átomo y de molécula y crea las bases
para la determinación de pesos moleculares y atómicos (1858).
El
descubrimiento de la pila eléctrica por VOLTA
(1800) da origen a la Electroquímica, con los descubrimientos de nuevos
elementos (cloro, sodio, potasio) por DAVY, y de las leyes de la electrólisis
por FARADAY
(1834)
La
química orgánica se desarrolla más tarde con los trabajos de LIEBIG sobre
el análisis elemental orgánico iniciado por LAVOISIER,
los
conceptos de isomería y de radical introducidos por
LIEBIG y
BERZELIUS
(1823), la representación de edificios moleculares
por KEKULÉ
(1858), y con la destrucción de la doctrina de la fuerza
vital realizada por BERTHELOT
(1853 al 1859) al obtener por síntesis numerosos
compuestos orgánicos.
La
Termoquímica, con la medida de la energía calorífica puesta en juego en las
reacciones químicas, iniciada por LAVOISIER y LAPLACE,
adquiere un significado especial a partir de los
estudios de HESS, THOMSEN
y BERTHELOT
(1840) al querer medir los químicos las afinidades
entre los cuerpos reaccionantes.
Para
explicar el comportamiento de las substancias, gaseosas resurge a mediados del
siglo pasado la teoría cinética de los
gases y del calor, la cual afianza la creencia en la naturaleza atomística
de la materia y extiende su utilidad al suministrar una imagen íntima del
mecanismo de los procesos químicos.
El
carácter incompleto de muchas reacciones químicas, observado por BERTHOLLET, condujo
al concepto de equilibrio químico, el
cual, estudiado experimentalmente por SAINTE-CLAIRE
DEVILLE (1857),
encuentra su interpretación teórica en los estudios de GIBBS
(1876)., de VAN'T
HOFF y
de LE CHATELIER (1880).
El
estudio de la velocidad de las reacciones químicas tiene su base teórica en la
ley de acción de masa de GULDBERG
y WAAGE (1867)
y una significación industrial importantísima en el descubrimiento de los catalizadores,
substancias que, permaneciendo inalteradas, aceleran por su sola presencia
la velocidad de las reacciones químicas.
De
gran importancia en el progresivo avance de la Química han sido la
teoría de las disoluciones, obra maestra de VAN'T
HOFF (1886), y la teoría
de la disociación electrolítica de ARRHENIUS
(1887), perfeccionada en los últimos años.
La
Clasificación periódica de los elementos establecida por MENDELEJEW
y por LOTHAR
MEYER
(1869) llevó a pensar que los átomos debían ser complejos, modificando
profundamente las ideas que se tenían acerca de los cuerpos simples, lo cual
fue comprobado en los estudios acerca de la conductividad eléctrica de los
gases y en los fenómenos de radioactividad. Lo que va de siglo ha permitido
conocer la estructura del átomo con la interpretación de la Falencia y de las
propiedades físicas y químicas de los elementos, y, finalmente, en los últimos
años, el desarrollo de la química nuclear ha conducido a la obtención de
nuevos elementos no existentes en la Naturaleza y a liberar la energía nuclear,
puesta de manifiesto en forma dramática en la explosión de las primeras bombas
atómicas.